La vida literaria, al menos en España, cambió para Peter Cameron cuando se publicó Algún día este dolor te será útil. Libro por el que se le conoce y se le respeta y libro, además, que yo no he leído. Mi único acercamiento al autor fue con otra obra suya, Coral Glynn, que disfruté como un niño pequeño porque me pareció, en aquellos tiempos – hablamos de 2013 –, extraordinaria. Por lo que no me pondré a comparar esta última novela con sus anteriores obras porque el desconocimiento no me lo permite y, justo es reconocerlo, no soy un experto en la materia ni esto es un estudio pormenorizado de la obra del escritor. Pero de igual forma, sabiendo que una de sus novelas me hizo disfrutar lo indecible, he de reconocer que Un fin de semana se me ha atragantado. Y me da rabia, una especie de enfado infantil que roza el histrionismo, porque habiendo leído en los boletines de prensa y en diferentes páginas su sinopsis y lo que venían diciendo de ella – y siguen diciendo –, creí que era una historia que iba a disfrutar. Según la contraportada esto es lo que se dice sobre el argumento:
El apacible reencuentro se ve perturbado por la presencia de un extraño, el joven pintor que ahora sale con Lyle. Lo quieran o no, los rituales de verano – un baño en el río, una cena al fresco con invitados o un paseo nocturno – estarán marcados por la figura del amigo ausente y cada uno de los tres deberán buscar su manera de encajar la pérdida.
Aquel que se haya pasado por el blog en alguna ocasión, sabe que este tipo de historias donde las relaciones se ven puestas a prueba son, para mí, como una especie de señal que tengo que seguir. Así que cuando se publicó esta obra no me lo pensé demasiado, me acerqué a la librería, y empecé esa misma tarde su lectura. Y al principio pensé en algo raro que, mientras avanzaba en el argumento, se me repetía constantemente: ¿por qué todo me está pareciendo excesivamente superficial?
Es justo reconocer en Peter Cameron la perfección a la hora de elegir un conflicto, ponerlo sobre la mesa de los protagonistas, e intentar comprender cómo se comportarían con aquello que no se dice, pero que permanece como una especie de olor que todo lo inunda. Pero creo que aquí la elección no ha sabido desarrollarla en toda su magnitud, quedándose a la mitad y rozando simplemente las vidas de los tres amigos – John, Marian y Lyle –, para construir una historia donde los diálogos a veces no nos dicen absolutamente nada, donde el fin de semana recorre sus horas sin pena ni gloria y donde el final nos deja un poco indiferentes. Entiendo, y además lo hago a la perfección, ciertos recursos que se han utilizado en Un fin de semana para completar el cuadro: la aparición de otra invitada a la fiesta, por ejemplo – para mí uno de los personajes más conseguidos y que tiene una escena final que me ha parecido brillante –; o la elección del lugar donde se desarrolla la historia como contrapunto a la vida del protagonista principal. Pero el que suscribe ha tenido la sensación de que todo han sido intentos, sin llegar a acertar con ninguno de ellos, mientras que la acción del argumento iba sucediéndose en pequeños capítulos como si de una miniserie de diez capítulos se tratase.
Como es justo reconocer ciertas cosas, también hay que decir que en su última parte, Un fin de semana mejora con respecto a sus tres cuartas partes anteriores. Pero sigo sintiendo que algo me ha faltado. Quizás sea yo que, desde aquel 2013, cambió algo dentro que busca otras formas de narrar o de entrar de lleno en los conflictos. Pero en esta ocasión Peter Cameron me ha dejado una sensación agridulce, como se coitus interruptus, como de haber entrado en una estancia en la que no encuentro aquello que llevaba buscando tanto tiempo, o quizás, simplemente, es que yo iba con unas expectativas tan altas que al final lo que podría haber sido una historia real con la que identificarme con algún personaje, me ha parecido, paradójicamente, tan real que me ha parecido demasiado inventada. Y eso, por mucho que yo intente rebatirlo a veces, no puede ya resolverlo aquellas frases que he subrayado, o aquellas ideas que me han parecido acertadas en el libro. Han sido las menos.
La lectura no puede ser un acierto constante. Lo fallido, lo que no nos llena, lo que se abre, se lee, y después termina olvidándose paulatinamente, también tiene su importancia. Uno va cambiando, va extrañándose, se sorprende de aquello que antes le parecía perfecto y ahora ya no lo es tanto. Pero todo es un aprendizaje. Más lento, eso es cierto, pero es un aprendizaje al fin y al cabo.