Las islas tienen una gran atracción y en tiempos donde un virus ha convertido cada hogar y a cada uno de nosotros en islas humanas el influjo de lo que supone una territorio alejado de los demás se vuelve más poderoso.
Desde el comienzo de los tiempos han supuesto un ideal de libertad donde algunos individuos descontentos con el mundo en el que vivían huyeron para crear una sociedad ideal. Al gusto y criterio de cada uno, por supuesto.
Creo que casi todas las personas, en algún momento de nuestras vidas, hemos fantaseado con irnos a vivir a una isla desierta. Y más de una vez hemos jugado a imaginar qué cosas nos llevaríamos a una. Porque una isla pequeña y alejada es un territorio que podemos considerar nuestro y hacer lo que deseemos sin imposiciones para vivir de la manera más tranquila y pacífica posible en armonía con el entorno y nuestra propia naturaleza.
Si bien la lejanía de la civilización nos hace pensar en libertad, lo cierto es que la limitación territorial y el distanciamiento con ésta suelen derivar en una cárcel física y psicológica. De ahí que Judith Schalansky, autora de Atlas de islas remotas, lo mencione y recalque en su prólogo. Porque las islas poseen ese magnetismo de misterio y fascinación pero, al mismo tiempo, son el rostro de nuestras peores facetas. Y sobre esa idea general pivotará la idea de este libro tan ameno y curioso.
Con una cuidada edición donde cada isla examinada consta de un mapa al estilo dieciochesco junto a una hoja donde se describen las características del territorio, sus coordenadas, la población, la distancia que lo separa de otras islas importantes y una brevísima línea temporal con alguno de los acontecimientos más destacados de su historia, Judith Schalansky nos cuenta, en unos pocos párrafos, lo destacable sobre ese lugar.Puede ser una historia por la cual es famosa, una anécdota curiosa o alguna característica que convierte el lugar en algo totalmente peculiar.
Páginas donde se desgrana el mensaje principal de la autora y es que las islas, especialmente las más remotas, representan todas nuestras paradojas y contradicciones humanas. En definitiva, son el fiel reflejo de la naturaleza en estado puro; muy alejado de toda idealización como un equilibrio armónico y benigno. Así descubriremos lugares de una fragilidad tan precaria que las cosechas y los alimentos están prácticamente contados para cada uno de sus habitantes lo cual ha creado, desde hace siglos, un estricto, y cruel, control de natalidad. En otras islas la mayor parte de sus habitantes sufren de daltonismo debido a la obligatoria endogamia que se produce desde la llegada de los primeros humanos. Algo que se repetirá en muchos lugares derivando en turbias tradiciones incestuosas y violaciones sistemáticas. Porque muchas de estas islas fueron cárceles de los antiguos imperios o guarida de corsarios y delincuentes buscados al otro lado del mundo; un pasado de delincuencia e impunidad que aún parece continuar vigente como un fantasma que sigue recorriendo muchas de estas zonas. Otros lugares sencillamente están desapareciendo a causa del cambio climático. Pequeños territorios perdidos en medio de la nada donde el ser humano se encuentra totalmente al vaivén de una naturaleza a la que le resulta imposible domesticar y donde, lejos de ser un colonizador, se trata de un intruso en constante peligro.
Pero este Atlas de islas remotas también muestra otra poderosa idea que va contra el sentimiento de conocimiento absoluto propio de nuestra era tecnológica. Cuando internet, las redes sociales y los teléfonos inteligentes nos ha abierto de par en par las puertas del mundo haciéndonos creer que todo está registrado, conocido y ha sido visitado, nos encontramos con lugares en los que jamás ha vivido ni un solo ser humano. Islas cuyas condiciones climáticas extremas y lo increíblemente escarpado de su orografía han hecho imposible que ninguna persona haya puesto aún el pie en ellas. Y que, a pesar de esto, varios países mantienen una ardua disputa diplomática por la soberanía del territorio.
Si bien es cierto que el concepto del libro es maravilloso y su contenido, fascinante, quedan unos cuantos cabos sueltos que estimulen el conocimiento de cada lugar. Porque parece que hay islas de las que no se puede decir mucho más pero hay otras donde la historia contada en una sola página resulta demasiado escueta y esquemática. Tanto que, en más de una ocasión, deseaba un ensayo más extenso y profundo donde pudiese sentir conocer mejor un lugar al que, como el propio subtítulo del libro indica, seguramente no vaya a ir jamás. Pero si algo nos enseña este Atlas de islas remotas es que resulta imposible abarcar todo y que, a veces, debemos conformarnos con lo poco que sabemos.
Lo que está claro es que, seguramente, la inmensa mayoría de nosotros no iremos jamás a muchos de aquellos lugares. Y contra la creencia general de este mundo hiperconectado, quizás sea mejor así.