Covid – 19. Algo de lo que no sabíamos nada y que, ahora, se ha instalado en nuestras vidas para paralizarnos, desestabilizarnos y, por qué no decirlo, reflexionar sobre aquello que ha sido la realidad, la rutina y nuestras existencias hasta ahora. Un virus que un buen día nos confinó y dejó el tiempo en una especie de suspensión donde nadie sabía bien qué iba a pasar más allá de lo que estábamos viviendo. Y es ahora, semanas después de todo aquello que parecía más un universo paralelo que lo que nos tocaba vivir, cuando aparecen publicaciones que tratan sobre ello. Y. como todo, hay libros que merecen la pena y otros que no dejan de ser un aprovechamiento para que las editoriales saquen dinero y, en cuanto a información, poco o nada. Los días de la fiebre me parece relevante por varias cuestiones que explicaré más adelante, pero lo que tengo claro es que esta lectura ha provocado traicionarme a mí mismo. En el confinamiento me propuse no leer nada que tuviera que ver con el Covid – 19, pandemias o conceptos semejantes. No por una cuestión de huir de la realidad. Simplemente estaba cansado de todo lo que se nos ofrecía. Y este libro ha conseguido que entienda que no sé nada de lo que ha sucedido más allá de mis fronteras y que, cuando se trata de que algo nos corte la vida, la literatura hará la labor de rellenar lo quedó a oscuras en su momento.
La vida, al menos para España, cambió un 13 de marzo. Ese día, viernes, cerré la librería sabiendo que no volveríamos a abrir en, al menos, dos semanas. Después se convirtieron en mes y medio. A diferencia de mi vivencia, observada desde una ventana que daba a una calle en la que apenas se notaba otra cosa que los pájaros y alguna voz susurrante, Andrés Felipe Solano nos lleva a Corea del Sur, zona que él conoce a la perfección, para contarnos cómo fueron aquellos días en un país que, como lo definieron los medios de comunicación de aquí, “supo mantener a raya al virus”. En 126 páginas pasearán por nuestros ojos los momentos que vivió, las noticias que no llegaron hasta aquí o que, si lo hicieron, fueron apagadas enseguida por otras voces mucho más fuertes, pero sobre todo sobrevuela por el texto una sensación de extrañeza, de hiperrealidad, como si al ampliar el foco y prestar atención a lo que nos sucede convirtiera todo en demasiado real. Creo, además, que el texto de Los días de la fiebre es importante porque maneja la información de una forma interesante, nos hace contemplar contextos que, al menos yo, desconocía por completo de cómo había sido el inicio en Corea del Sur y nos permite, también al menos a mí, establecer comparaciones y confirmar algunas ideas y desechar otras. Por lo que, en definitiva, creo que lo relevante de todo esto es lo de después: el debate.
“Ya ha llegado, nos decimos al meternos a la cama sin mirarnos a los ojos”. Así empieza lo que nos cuenta Andrés Felipe Solano. Tuve mis reticencias a hacer este comentario sobre el libro por la cantidad de comentarios que hay en las redes, en los blogs, en las listas de libros que se quieren leer en verano, que giraban sobre lo mismo: no querer leer nada que tenga que ver con el Covid – 19, coronavirus o cualquier aspecto relacionado con la pandemia. Yo mismo lo entendía. Me sucedió lo mismo. Pero a medida que han ido pasando los meses, que la realidad nos demuestra que no somos responsables, no se me ocurre mejor manera de entendernos que leer sobre aquello que hemos vivido. Pero tuve reticencias. Hay que admitirlo. Porque no a todo el mundo le gusta leer sobre aquello que nos ha hecho cambiar de lleno nuestra vida. Para mal. “Vamos a explorar y esperamos comunicarnos pronto”. Así termina Los días de la fiebre. Y me detengo un momento a pensar en ese “explorar” del texto como adelanto para investigar sobre lo que nos ha sucedido, sobre lo que ha sucedido, sobre lo que nos mantiene unidos y lo que, me temo, nos ha separado para siempre.
Ninguno de nosotros seremos iguales después de esto. Eso es un hecho. Lo que creo importante es que no ser ignorantes sobre el tema. Creo que este libro es una buena iniciación para entender, para comparar, para completar y para, por qué no, también sorprendernos. Eso me ha sucedido a mí. Y quizás solo por eso ya todo ha merecido la pena. ¿No creéis?