La duda es uno de los elementos base de nuestra existencia. Nos acompaña desde que comenzamos a tener uso de razón en todos y cada uno de los aspectos que conforman la vida. Y una característica que va aparejada con la duda es la contradicción. Porque si algo nos define a los seres humanos es ser, precisamente, contradictorios. Aunque muchas personas puedan hacer esfuerzos titánicos por engañar a los demás y, por tanto, engañarse a sí mismos, la realidad es que nadie escapamos a vivir dudando y contradiciéndonos.
La religión y la fe quizás sean dos de los aspectos donde esto sea más patente. La exigencia de mantener un estilo de vida irreprochable, un mundo interior lleno de equilibrio y creer con firmeza en algo que está fuera de cualquier comprobación no resultan nada sencillas. La persona más creyente, en algún momento, ha dudado de su fe y la más atea, alguna vez en su vida, se ha cuestionado que verdaderamente podría existir Dios. Cualquiera nos hemos visto, en más de una ocasión, pensando y actuando de una manera que no deberíamos conforme a nuestras ideas. Algo que siempre asusta y, como no podría ser de otra manera, nos hace dudar de nosotros mismos.
Nunca he creído a los puristas de ninguna clase y jamás he confiado en quien afirma no tener dudas. Quizá por eso la lectura de Entusiasmo, la novela autoficcionada de Pablo D’Ors sobre el nacimiento de su vocación religiosa, me haya parecido tan gratificante. Porque en ella, el propio autor, bajo el nombre de Pedro Pablo Ros, nos desgrana con la sinceridad, la humildad y la sencillez que rigen todas sus obras, ese camino lento, pero determinado, a consagrar la vida propia a Dios. Pero lejos de haber resultado un trayecto firme y despejado, que es lo que alguien ajeno al catolicismo esperaría de la vida religiosa, Pablo D’Ors desentraña las dudas constantes sobre sí mismo y su capacidad para encomendarse a las durísimas exigencias de una vida que se espera impecable.
Lo que rápidamente nos desvela Entusiasmo es que la vida, aunque sea extraordinaria, nunca es perfecta y, más aún, que ninguno estamos cerca de la verdadera virtud. Que la existencia y nuestra propia naturaleza está cargada de esos claroscuros donde el deber y el deseo, junto a las expectativas y la realidad, colisionan constantemente. Porque Pedro Pablo Ros nos cuenta su anhelo, contrariando a la casi totalidad de su entorno, por convertirse en cura pero también narra la lucha contra sus demonios internos para mantenerse dentro de los márgenes del camino que exige la fe. Algo que no siempre consigue puesto que la imposición del celibato choca frontalmente contra el deseo sentimental y sexual que siente hacia muchas mujeres que conoce durante sus años de seminarista. Una época donde las exaltaciones místicas provocadas por momentos de epifanía contrastan por el sentimiento de vacío y de malestar por cuestionarse si aquella elección es el camino adecuado.
Porque la necesidad del trabajo físico y el enfrentarse directamente al dolor de los demás para asumirlo como propio que exigen las misiones no está en consonancia con ese sueño de vivir en un ambiente tranquilo, cómodo y aséptico para poder crear literatura. Porque una parte fundamental de Entusiasmo es, precisamente, preguntarse si el camino de la Iglesia y el literario son verdaderamente compatibles. Si es posible querer trabajar para Dios, con la renuncia a la individualidad que ello implica, y anhelar la idealizada vida bohemia del escritor manchada por el ego y cierta megalomanía.
Entusiasmo es una novela llena de pequeños descubrimientos donde la vida se va abriendo paso a paso y en el que las decepciones por las absurdas rivalidades entre seminaristas y las hipocresías de algunos clérigos confluyen con las ganas de trabajar por los demás e intentar hacer del mundo un sitio algo mejor de lo que es. Un mundo, como la Honduras que Pedro Pablo Ros visita durante unos meses, que parece la imagen prototípica del paraíso cuando, en realidad, se trata de un auténtico infierno de miseria, delincuencia y falta de humanidad. Un lugar donde, a pesar de todo eso, trabaja con una persona que parece vivir en una armonía absoluta y hay una niña, Marisela, a quien ve como la expresión del amor más puro que pueda existir; hasta el punto de hacerle dudar sobre la posibilidad de abandonar el sacerdocio para convertirse en padre adoptivo.
Como es habitual en su literatura Pablo d’Ors nos enfrenta al debate constante sobre qué camino tomar y la lucha contra las diferentes voces que hay dentro de uno mismo pero sabiendo que, tarde o temprano, uno sentirá la alegría y la tranquilidad de haber terminado haciendo lo correcto.
Y, sobre todo, de estar vivo para poder hacer. Porque ahí es donde radica el verdadero entusiasmo.