No existir. O al menos hacerlo, pero de una manera un tanto difusa. Como uno de esos recuerdos que crees tener, pero que no tienes. No ser. El paso del tiempo y tu figura, tu nombre, tu recuerdo, se ve convertido en un pequeño manto negro que no impide que la luz incida en todo aquello que provocaste. No estar. No porque no estuvieras, sino porque nadie te ha hallado, o ha querido hallarte, porque son otros los que llevan el nombre, el discurso, las palabras. No aparecer. Porque la Historia la escriben otros, rara vez la escribes tú mismo, y son las épocas las que borran y remueven los nombres que aparecen o desaparecen de los textos. Y de repente, como si de un pequeño hechizo guiado por no se sabe qué casualidades, vuelves a existir para alguien, vuelves a ser de entre tanto silencio y vuelve a sonar tu voz, vuelves a estar viva, y vuelves a aparecer en un libro como “La maestra de Sócrates”. Hay nombres que, para algunos como el que está escribiendo esto, no les dicen absolutamente nada. Diotima de Mantinea es uno de ellos. Y ahora, tiempo después, he aprendido quién pudo haber sido y qué le debemos. Poco importa el cuándo, el dónde, el por qué, o el para qué aparece de nuevo un nombre. Lo importante es que no se quede en el olvido de aquellos que crearon la Historia a costa de otras.
Pericles solicita la ayuda de la sacerdotisa Diotima para librar a Atenas de la peste. Sócrates, al observarla, queda fascinado con ella y de su mano aprenderá los misterios de Eros. Pero en una época donde las mujeres tenían que renunciar a todo, parecer libre hará que la relación que mantienen Diotima y Sócrates no sea bien vista por algunos.
No suelo leer novela histórica. No tengo una especial afinidad por el género y, salvo escasas excepciones, no suele apetecerme. Compré la novela de Laura Mas por una razón sencilla: me la recomendó alguien de quien me fío. A veces las razones son así de sencillas y no hay que darle más vueltas. Lo complejo viene si esa recomendación ha hecho su efecto y te ha gustado o si, por el contrario, se ha convertido en una de esas lecturas que prefieres olvidar. Veámoslo a continuación:
En primer lugar, creo que “La maestra de Sócrates” contiene unos elementos muy buenos en su forma: la documentación me parece extraordinaria, la recreación del contexto está muy ajustada y te hace entrar a la perfección en la historia y, además, se agradece que la autora no haya usado un vocabulario excesivamente enrevesado que hubiera podido lastrar el ritmo, de por sí pausado, de la novela. Y es precisamente ese el ritmo necesario. Necesitamos de cierto tiempo para recrearnos, para ver la escena, entenderla, y proseguir por el camino que Laura Mas ha fijado. Otro aspecto positivo es que la creación de personajes sirve a la perfección para hacernos una idea de cómo pudieron ser. El juego de la verosimilitud es muy importante y, salvo una excepción en la que el lenguaje me pareció que no casaba bien con la época, todo lo demás me parece muy cuidado. Sólo le veo un pequeño aspecto negativo. Creo que la trama principal – el aprendizaje sobre el amor de Sócrates a través de las palabras de Diotima – y una subtrama derivada de la principal – que no desvelaré para no estropear el descubrimiento – terminan de una forma demasiado abrupta. Entiendo que las páginas deben ser finitas, pero me hubiera gustado un par de capítulos, quizás tres, para ahondar un poco más en el argumento.
Creo que el principal valor que puede darnos esta novela es, por encima de todo, el aprendizaje. Laura Mas convierte la recreación de Atenas en todo un despliegue de personajes que va a dar lugar a una posible iniciación en el mundo clásico. Quedará en nuestras manos ahondar en aquellos aspectos que más nos han sorprendido. Creo, además, que puede producirse un debate interesante en torno al papel de la mujer en ese contexto, en las variaciones que ha habido a lo largo del tiempo y en cómo se ha evolucionado. Y, sobre todo, conocer a un personaje tan desconocido como lo es, para el gran público, Diotima.
Hablaba al principio de existir, de ser, de estar, o de aparecer. O, mejor dicho, de no hacerlo. Quizás son discursos como el que nos propone “La maestra de Sócrates” los que proponen un acercamiento sencillo a un concepto tan antiguo como lo es ser mujer en la época clásica. Quizá lo importante es que nunca terminen estos discursos para que, nosotros/as como lectores/as, se comprometan con que no haya silencio. Nunca más.