La realidad nos despierta a golpes. Sabemos que, para los jóvenes, las cosas están cada vez más jodidas pero, a veces, no sabemos ponerles un nombre verdadero. Hacer los problemas reales, al fin y al cabo. Pero aunque no los nombremos, aunque no les demos ese aura de realidad que parecemos necesitar para hacerles frente, siguen ahí, quietos, mirándonos fijamente, como uno de esos perros de presa que quieren atacar y lo hacen en el momento adecuado. Hablo así por dos motivos que, sin tener el mismo origen, mantienen una unión invisible. El primero, estar exhausto. El segundo, haberme leído El vientre vacío y haber terminado por encontrar esa mezcla de devastación y esperanza que necesitaba. Porque no digo nada nuevo si afirmo que aquello que leemos y consigue atravesarnos, por el motivo que sea, de parte a parte del cuerpo, habrá merecido la pena. Somos esa generación a la que se le vendieron las ilusiones a precio de saldo, sabiendo que a medida que pasaran los años, todo caería al suelo, se resquebrajaría, y nos encontraríamos inmersos en una red que sostendría a un cuerpo famélico. Y lo que más me gusta de lo que ha escrito Noemí López Trujillo es, ni más ni menos, que la honestidad. Esa, hoy en día, es una cualidad que alabo, que aplaudo, y que hace que mi interés crezca a la hora de leer. Porque no estamos sobrados de voces que, aumentando el volumen de la voz a través de las letras y ampliando el radio de acción gracias a publicarlo, nos hablen desde las tripas, desde ese mundo que, no es otro, que la intimidad.
Hablar desde la periferia, desde la posición del observador que soy, se me hace difícil. Porque de lo que habla este libro es de dos cosas: la maternidad y la precarización de nuestra vida. Es curioso. Escribo la palabra “precarización” y el corrector me lo corrige al instante. ¿Es, por tanto, algo tan novedoso como para que no se haya establecido como algo normal? ¿No hablamos los jóvenes de esto? ¿No lo sentimos a diario? El vientre vacío recorre el mundo que nos ha tocado vivir, uniéndolo al de la imposibilidad de ser madre por motivos tan básicos como poder hacer frente a todo lo que conlleva ser madre, desde una óptica tanto económica como social. La situación de los jóvenes ha pasado de ser delicada a ser, simplemente, imposible de sostener. Alquileres abusivos, trabajos mal pagados, una protección débil por parte del estado de nuestros derechos, la confabulación de la política con otros actores para no proporcionarnos una base donde apoyarnos, y muchas otras cuestiones que, leyendo a Noemí López Trujillo, debieran movilizarnos. ¿Desde cuando el ahora se convirtió en grieta? ¿No hemos sido conscientes? ¿Nos ha pillado por sorpresa? Preguntas que se sumas a otras preguntas, que leyendo nos interrogan y nos grita para que respondamos.
El vientre vacío, aunque suene a cliché manido y usado hasta la saciedad, es necesario. ¿Su fortaleza? Poner frente a nosotros la realidad. ¿Su resultado? Generar un debate que se extienda y dé lugar a algo, no sé ponerle el nombre, que nos haga despertar. ¿Sus condiciones? Ser claro, conciso, no irse por las ramas aportando datos innecesarios o aumentando su número de páginas de forma absurda y, como ya he dicho, ser honesto. Honesto hasta el final, honesto hasta que duele, honesto hasta la intimidad, honesto en sus palabras, también en su silencio, honesto en hacernos daño para revivirnos después. No es fácil ser, y mucho menos estar. Este libro no nos lo pone fácil, pero tampoco lo necesita. Lo que sí consigue lo que ha escrito Noemí López Trujillo es, espero, permanecer.
Hemos sido golpeados tantas veces que, volver a sentirlo es como tener al lado a ese amigo cabrón que te dice la verdad sin miedo a lo que vaya a suceder. Y tú sabes que, por mucho que duela, seguirás ahí acompañándole, aunque le odies. Sucede que El vientre vacío no es sencillo, pero las consecuencias de los golpes nunca lo son. Y llegaremos al final del libro, como al de esta reseña, pensando que la vida será jodida, que nosotros estaremos jodidos, pero al menos la crisálida, esa de la que habla María Sánchez en el prólogo, ha empezado a romperse.