Para muchas personas la literatura es algo sin lo cual no podemos concebir nuestra vida. Y una de las cosas más bonitas de la literatura es encontrarse con los libros al igual que nos encontramos con otras personas y las inesperadas situaciones que nos van modelando. Los libros que devoraron a mi padre de Afonso Cruz llegó a mis manos de esa manera totalmente casual. Sin tener referencia alguna ni conocer de su existencia. El título me llamó poderosamente la atención, me gustó el dibujo de la portada y quedé encandilado con la sinopsis.
Vivaldo Bonfim fue un señor con una vida anodina como oficinista que se refugiaba en los libros y un día desapareció dentro de uno de ellos. Su hijo Elías, al cumplir doce años, recibe, por parte de su abuela, la llave del desván donde su padre guardaba la biblioteca con los libros donde desapareció. Elías, que nunca llegó a conocer a su padre y al que siempre le dijeron que había muerto, inicia una labor detectivesca sumergiéndose en aquellas novelas para encontrarle.
Y esta historia, magnífica metáfora de cómo nos relacionamos con los libros a quienes nos apasiona la literatura, la sentí especialmente cercana. Yo también he leído a escondidas en trabajos que me aburrían y me hacían sentir que estaba perdiéndome algo importante de la vida. Yo también me he refugiado en las historias para evadirme en momentos complicados. Yo también he intentado encontrar la verdad en los libros. Porque creo que, de alguna manera, los que devoramos libros somos como Vivaldo y Elías y por eso, este es un libro para amantes y devoradores de libros.
De ahí que empezase a leer Los libros que devoraron a mi padre entusiasmado por la magnífica prosa de Afonso Cruz, que parece más un cuento muy largo que una novela muy breve. Una historia que me sedujo desde las primeras líneas con su originalidad y ese simpático ejercicio de imaginación desbordante. Las páginas iban pasando muy rápidamente, con una fluidez deliciosa, mientras me perdía con Elías en los grandes clásicos que van ayudándole a entender algo mejor la vida y nuestra naturaleza humana. Un niño que, al igual que su padre, empieza a pasar mucho más tiempo viviendo dentro de los libros que fuera de ellos.
Sin embargo, hubo un momento, no sabría decir cuál, donde empecé a sentir algo incómodo. Y se trataba de que el entusiasmo con el cual había comenzado la novela empezó a decaer. Porque la búsqueda del padre, motor principal de la trama, va desdibujándose lentamente hasta desaparecer en un final demasiado abrupto, a mi juicio, que no desvelaré por respeto a quienes todavía no han leído esta novela.
En ocasiones tenía la amarga sensación de que el autor, quien había comenzado su historia con una brillantez impecable, no sabía demasiado bien de qué manera continuarla. Como si el propio Afonso Cruz, al igual que sus personajes, hubiera terminado perdiéndose también dentro de su propia historia siendo incapaz de mantener el mismo ritmo maravilloso y otra progresión dramática que finalizase de una manera mucho más acorde a las expectativas iniciales.
Aunque la vida también es eso, ver como las cosas van difuminándose y a veces terminan abruptamente mientras no siempre entendemos por qué suceden, creo que la literatura, como cualquier otro arte, necesita algo más de estructura y justificación. La vida en mayúscula, esa que experimentamos fuera de los libros, también tiene sus momentos agridulces. Los encuentros que podían llegar a entusiasmarnos a veces no terminan siendo lo que esperábamos. Y como decía al principio, esto también se aplica a la literatura.
A pesar de todo recomiendo Los libros que devoraron a mi padre. Sigue siendo una novela que, en bastantes aspectos, destaca sobre muchísimos de los títulos que el mercado editorial, a veces tan mediocre, lanza al mercado. Pero faltaría a mis intentos de honestidad profesional si no hubiese remarcado la cierta decepción que me ha provocado la novela. Aún así, me alegro mucho de haberme encontrado con esta historia.
Son las rarezas que tiene la vida.