Todos los sondeos daban la victoria a Hillary Clinton. De hecho, la mayoría de las encuestas sobre intención de voto ni siquiera ofrecían una posibilidad cercana a que su oponente fuese a ganar las elecciones. Y sin embargo, Donald Trump, para horror de muchos y sorpresa de todos, ganó las elecciones.
Lo cierto es que hubo algunos expertos que anunciaron, sin que nadie les tuviese mucho en cuenta, este golpe de efecto electoral. Entre ellos Seth Stephens- Davidowitz, un joven experto en big data. Es decir, el manejo de las ingentes cantidades de información generadas en Internet. ¿Cómo pudieron intuir estas personas algo que iba en contra de las predicciones realizadas por prestigiosas agencias que llevaban décadas siendo bastante certeras en sus estudios?
La respuesta es tan sencilla como sorprendente que nadie hubiese reparado antes en ella: analizando las búsquedas que hacían los usuarios de Google de términos racistas como nigger (negrata) y otras palabras xenófobas afines al discurso de Donald Trump. Y resultó que el mapa donde el candidato republicano había recibido más votos era muy semejante al mapa donde se realizó la mayor parte de esas búsquedas. En muchos casos, zonas con perfiles económicos y sociales tradicionalmente demócratas y progresistas. Es decir, que una parte importante de los encuestados mintieron en los sondeos para no admitir ante un desconocido los prejuicios raciales y misóginos a los que sí daba rienda suelta en Internet.
Como es de imaginar Todo el mundo miente habla precisamente sobre eso, de cómo todos mentimos de cara a los instrumentos tradicionales de información y en nuestra relación con los demás pero nos desenmascaramos en la red digital. Que Internet, debido al supuesto anonimato, se ha convertido en una especie de confesionario virtual donde compartir y buscar información sobre lo que seríamos incapaces de admitir a otra persona. Y esto no es nada nuevo pero sí lo es que esa búsqueda de dudas, temores, deseos y obsesiones que consideramos vergonzosos es una información valiosísima porque es la primera vez en la historia donde pueden registrarse y quedar constatados para su análisis.
Por eso, Seth Stephens- Davidowitz nos conduce, de un modo muy ameno y con un peculiar sentido del humor, por las entrañas de los macrodatos de Internet y, especialmente, un Google que se ha convertido en una especie de subconsciente colectivo. Porque todos sabemos que los algoritmos de las páginas web más importantes están diseñados y se perfeccionan constantemente para vendernos más y mejor. Que la gran cantidad de información que dejamos sobre nosotros mismos en la red puede ser utilizada por las empresas para las que trabajamos o por nuestro Gobierno para espiarnos y controlarnos. Pero ignorábamos que el big data también puede ser útil para aprender más sobre nosotros mismos, nuestra verdadera naturaleza y la realidad en la que vivimos, y apoyar el estudio y desarrollo de multitud de disciplinas científicas que apenas han podido analizar determinados aspectos que casi siempre han estado fuera de la mayor parte de los estudios.
Y los datos sobre las búsquedas arrojan que algunos de los estereotipos sobre el sexo, las cuestiones de género, la religión, la política, la criminalidad o la raza parecen ser más comunes de lo que muchos desearían pero que las estadísticas también apuntan a que bastantes ideas comúnmente aceptadas no sean del todo ciertas. Por otro lado, es cierto que la avalancha de datos que Todo el mundo miente ofrece son cuestionables en tanto que se basan en las recopilación de grandes masas de información realizadas por personas anónimas que, por esa misma naturaleza del estudio, resultan muy difíciles de contrastar y conocer en qué medida representan la realidad. Pero supone una revolución porque demuestra otra manera de enfocar y analizar las cuestiones que más nos preocupan y conciernen en todos los aspectos imaginables de nuestra existencia.
Seth Stephens- Davidowitz tampoco niega el valor de las fuentes de datos e información tradicionales. Y admite que, por mucho que avance el desarrollo de los algoritmos que estudien el big data, habrá aspectos, como el crimen, los acontecimientos políticos o la evolución de la economía, que no podrán ser predichos con exactitud. La parte final del ensayo queda reservada a las cuestiones éticas y la legitimidad moral con que finalmente terminen siendo usada toda esa información. Es decir, la eterna disyuntiva de que un uso responsable pueda ser maravilloso pero una intencionalidad espuria termine resultando catastrófica. Aunque no hace falta ser experto ni tener demasiados datos para intuir hacia donde puede decantarse la balanza.
En definitiva, Todo el mundo miente es un ensayo fascinante y ameno plagado de datos curiosos y puntos de vista originales que a ratos sorprende, en muchas ocasiones hace sonreír y en otros momentos levanta muchas suspicacias. Pero estamos en una nueva era y el comienzo de toda una metodología de estudio y análisis que promete revolucionar todas las disciplinas conocidas. Así que, cuanto menos, resulta emocionante conocer algo sobre el tema. Y creo que no estoy mintiendo al decir todo esto.