Cerrar los ojos. Y por un segundo volver a un escenario castellano, donde el polvo y la tierra llama de alguna manera. Cerrarlos para que la mente, el recuerdo, la memoria, no encuentre canales por los que perderse, encerrados en la cabeza, en una especie de doble vida que ya no volverá a ser, pero que fue sin que uno se hubiera dado cuenta. Y cerrarlos, sobre todo, después de que un silencio se apodere de lo que rodea un acto que, desde fuera, puede parecer tan simple como lo es leer, pero que encierra algo tan importante como inasible: obtener respuestas en un vacío. Y ya por último, sí, volver a cerrarlos para que podamos observar aquello que se nos había olvidado, quizás a lo que ni siquiera habíamos prestado atención, o a lo que simplemente desconocíamos por lejanía, por dado por hecho, por permanecer tras un espejo opaco que no permitía acercarse a la realidad. Sucede que, después de leer un libro, hay veces que te preguntas, que te cuestionas, que reflexionas con aquello que ha decidido interponerse en tu camino para que lo observes y cambies tu postura. Y por encima de todo eso, lo necesario de una lectura. Tierra de mujeres es un testimonio, una visión, una mirada a aquellos caminos donde la tierra elevaba el polvo y nos escocían las manos; a las puertas de madera maciza que se cerraban y protegían el calor y el frío; a los animales que corrían, mordían y jugaban, mientras los minutos se hacían eternos; y a unas mujeres que fueron abuelas, madres e hijas, y que hablaron pero no tuvieron voz en un mundo en el que, los hombres, lo tuvieron todo y no les permitieron tener – o creer que tenían – nada.
En la reseña de una novela de hace unos meses, comentaba que la literatura ha llevado su mirada al mundo rural, como escenario perfecto para desarrollar un conflicto. No hay que ser un maestro en la materia para entender el viraje que ha tomado el mercado para entender las maniobras de marketing. Nada que objetar. Pero después de leer Tierra de mujeres me planteé ver quiénes han creado este tipo de voces que nos transportan a lo rural y, para mi sorpresa, han sido todo hombres – salvo contadas excepciones –. Esa es la primera razón por la que este libro de María Sánchez es tan necesario: gracias a él uno se encuentra con lo que ellas tienen que decir, en una extensión llena de poética y razón, después de tiempo permaneciendo en silencio. Ahí radica esta esencia donde el cuidado y la belleza recorren los pasajes con los que la autora ha querido poner en evidencia la situación de la mujer en el mundo rural, pero también la situación del mundo rural en general. Profano en la materia como soy, se agradece que a uno le pongan frente a un espejo y consigan que me interese por un tema en el que no había puesto los ojos nunca. La segunda razón, creo, es una caricia a la familia, un volver a los orígenes, una especie de ajuste de cuentas personal para ser a través de los ojos de aquellos que fueron. El pasado, dicen, no existe una vez que ya ha sucedido. Aquí, en este libro, en este testimonio, el calor de una mano, de una palabra, de la tierra que se remueve y nos fortifica, se dan. La tercera, para terminar, es conseguir cambiar la mirada. Observamos desde la lejanía, desde la vida que tras la pantalla parece cómoda y bucólica. Pero la autora consigue que aquello que creíamos cierto, al menos nos parezca cuestionable. Y eso, para mí, ya lo vale todo.
He cerrado los ojos para que esta reseña, este comentario lejano a la crítica profesional, tenga más sentido. He vuelvo a ser un niño y a contemplar cómo las azadas volaban en la misma trayectoria una y otra vez; cómo la tierra permitía que creciera todo aquello que luego en la mesa llenaba las fuentes; cómo las gotas de sudor resbalaban por las manos; cómo las conversaciones alrededor de una chimenea, o de una simple fogata, volvían a hacerse reales. Hace años que el mundo rural ya no forma parte de mí, al menos en el día a día. Pero ahí estuvo muchos años, aunque mis ojos de niño no le encontraran el significado verdadero. Tierra de mujeres es, precisamente eso: verdad. Verdad y caricia, verdad y puñetazo, verdad y consciencia, verdad y realidad. Y uno poco puede decir más cuando hay otros que lo dicen a la perfección. Pero sirvan estas líneas para entender que aquello que fuimos, que somos y seremos, está también en este libro de María Sánchez. El resto, ya lo iremos escribiendo.
Me ha gustado, una mirada íntima, un acercarse a la familia, a las mujeres, las grandes olvidadas del mundo rural… Y del mundo en general.
Leeré más de María Sánchez.