Por lo que he comprobado mientras leía Howards End en la última y maravillosa edición de Navona, el clásico de Forster no sólo es archiconocido por sus palabras, también por adaptaciones cinematográficas que lo hicieron aún más visible. Es de estas veces en que no te sientes del todo bien por no haberlo leído hasta ahora, pero que el descubrimiento propio de una novedad literaria recién aparecida en mi vida me ha dado tal subidón que casi se me pasa el no haber sabido de ella.
Qué libro más maravilloso, no tengo palabras para describir con exactitud cuánto bueno puede aportar a la vida de un lector leer la maestría de su autor. La calidad con la que describe y desarrolla los acontecimientos son excepcionales. Aunque la historia en sí ya es pura literatura, la verdadera magia está en la forma de hablar de los personajes. Los enseña, cuestiona e incluso critica. Cierto humor ácido puro british con una sofisticación que no da lugar a la burla, pero sí a entender todo lo que esconde. Me ha alucionado la brillantez con que crea a cada personaje. Podemos decir que sabemos todo de ellos, de sus actos e incluso de sus predisposiciones ante la vida. Para lo que aún no sepáis cómo gira la historia de Howards End, aquí os adelanto un poco:
La hermanas Schlegel, Margaret y Helen, pertenecen a la alta sociedad londinense, se mueven en un ambiente cultural y artístico, donde los medios económicos no escasean. Tienen otro hermano y una tía que hace las veces de tutora. Todo comienza con una carta de Helen a su hermana mientras pasa unos días en la casa rural de los Wilcox, familia adinerada y dedicada a los negocios, aunque alejada del mundo cultural de las Schlegel. Ésta es la primera noticia que tenemos de Howards End y que será un pilar fundamental y agazapado de toda la historia narrada. Helen y el menor de los Wilcox, Paul, tienen un amago de enamoramiento que no llega a buen puerto y a partir de ahí se entremezclan las familias con todos y cada uno de sus personajes. Poco después el matrimonio Wilcox se traslada a Londres, cerca de las hermanas, y Margaret se convierte en la confidente de la señora hasta que ésta fallece. En una especie de testamento de última hora le deja en herencia la casa Howards End, pero con la poca legitimidad de ese papel Margaret no tiene por qué enterarse. A partir de este punto la historia empieza a crear giros maravillosos de los que no podemos perder detalle. Howards End es una novela para leer poco a poco, sin prisas, dedicándole el tiempo que merece a la narración y a las reflexiones que nos regala. Hay algunos párrafos que quedan para la posteridad sin duda, sobre todo la crítica a la desigualdad de clases, al poder, al dinero e incluso a los roles de género en una sociedad inglesa de primeros de siglo XX. Mundos opuestos condenados a entenderse en medio de una sociedad inestable con prejuicios y apariencias que mucho importan. Forster desgrana casi por inercia (realmente es oficio) el perfil de cada personaje para que el lector establezca sus propios vínculos. Es indispensable leerla a ritmo lento y sosegado, los detalles son tantos que de otra manera no podremos llegar a apreciar la magnitud de la prosa de Forster. Léanla, o reléanla, es puro placer.