Confesaré que este libro me llamó irremediablemente la atención por su cubierta. No soy una persona que suela decidir sus lecturas por esta clase de criterios pero me sentí atraído por esa colorida y luminosa composición de una escena boscosa del Lejano Oeste. Y la sinopsis terminó por desatarme el interés en leerlo.
La frontera salvaje de Washington Irving narra el viaje de un mes que hizo el autor a los territorios inexplorados de lo que aún no era Oklahoma. Una expedición realizada a su regreso a Estados Unidos, tras veinte años viajando por el mundo, cuando ya era uno de los autores más reputados del momento. Irving quería sumarse a un grupo de rangers que tenían la misión de adentrarse en una zona desconocida para los colonos con el objetivo de tantear el terreno e intentar pacificar las convulsas relaciones entre las diferentes naciones nativas. Necesitaba saber qué había más allá de ese límite aún no había sobrepasado el hombre blanco.
Sin embargo, el entusiasmo que me había despertado un relato con tales premisas iba diluyéndose, muy lentamente, en un tenue desánimo a medida que avanzaba la lectura. Y no por su falta de calidad. Porque creo que La frontera salvaje es un relato muy bueno. Sobre todo en el apartado formal. La prosa es maravillosa, cristalina y se lee con una fluidez extraordinaria. Las descripciones que hace Washington Irving de las Grandes Llanuras, esa belleza de unos parajes prístinos, de una naturaleza sin intervención humana y de los miedos que les inspiraban los nativos son apasionantes. En unas pocas líneas, logra realizar un mapa del abrumador sentimiento de soledad que aquellos territorios de pasto infinitos despiertan en el individuo. Y necesita menos de un párrafo para condensar la belleza de un cielo estrellado iluminando una noche despejada.
Las escenas de caza, especialmente las del bisonte, pueblan todo el relato y son de una encarnada visceralidad. También describe su pesar por la política gubernamental de convertir al “indio” y aniquilar su cultura. Un modo de vida, complejo en su sencillez, que le parece fascinante y más acorde con la naturaleza. Porque La frontera salvaje es un relato tanto de tristeza por la condición humana como de admiración por todo lo que nos rodea.
¿Cómo pude ir alejándome poquito a poco de un relato tan fantástico? Creo que era la sensación constante de que faltaba algo. Un algo que no sabía definir mientras leía el libro y ni siquiera una vez terminado. Quizá fuera que Washington Irving describe magníficamente las cosas. Tanto que todo se queda en eso: una magnífica descripción. Que aborda muchas cuestiones sin llegar a profundizar totalmente en ninguna. Que habla de sus compañeros de ruta sin llegar a mostrar cómo son verdaderamente. Que describe la vida de los indios sin que podamos hacernos una auténtica idea de cómo vivían y cómo eran. La sensación de que todo es el esbozo general de unos días que, en muchas ocasiones, se sucedían casi iguales a los otros. Largas jornadas caminando por bosques y vadeando ríos, sin demasiada novedad dentro de las penurias esperables. Porque en la expedición sucedían cosas pero en ningún momento llegaba a suceder nada especialmente relevante. Como si todo el viaje fuera una expectativa que no llegaba a concretarse en un gran descubrimiento.
Además, desde el punto de vista de la edición, hay una gran cantidad de notas. La mayor parte de ellas son interesantes y necesarias para entender el contexto pero obligan al lector a acudir con frecuencia al final del libro. Especialmente en los primeros capítulos. Un formato que, en mi opinión, entorpece la lectura. Por otro lado, me parece un hecho muy simpático que muchas de esas notas pertenecen a extractos de los diarios de Ellsworth, un compañero de expedición, que en ocasiones contradice lo que Irving terminó dejando escrito, creando una especie de relato paralelo donde resulta difícil saber qué fue lo que verdaderamente pasó.
En definitiva, La frontera salvaje me ha dejado ese cierto poso de insatisfacción pero también lo considero un libro muy interesante que refleja bien aquel momento histórico. Al fin y al cabo, es de lo que se trataba un viaje así.