Existe una idea generalizada de que la vida en el campo y la naturaleza es mucho mejor que la vida en la ciudad. También existe una idealización de esa vida rural tranquila y alejada del estrés urbano. Un mundo en el que la rutina está marcada por la ausencia de reloj y sus dictámenes son disfrutar del aire puro y cultivar una pequeña porción de tierra. Ideas que parecen resultar atractivas cada vez a más gente y con las que, seguramente, casi todos hemos fantaseado en algún momento de hartazgo con el sistema y desorientación existencial.
Pero confieso que soy un amante de la vida urbana y que el campo me gusta para evadirme unos días. Algo que resulta extraño de admitir incluso entre los propios urbanitas quienes, en muchas ocasiones, echan pestes sobre la vida en esa ciudad que, por un motivo u otro, raramente abandonan.
Quizá por eso, me ha resultado tan gratificante encontrar un libro como Desde esta colina de Sue Hubbell. No tanto porque critique un entorno y defienda el estilo de vida en otro sino porque, desde su experiencia viviendo en ambos, nos habla de las ventajas y los inconvenientes de cada uno.
Sue Hubbell y su marido Paul tenían una vida consolidada y materialmente cómoda en la Costa Este de los Estados Unidos. Él era un ingeniero que daba clases en la universidad y ella, la bibliotecaria de otra. Pero cuando su hijo se hizo mayor decidieron cambiar esa vida segura por la aventura de vivir en plena naturaleza y convertirse en apicultores. Eran los comienzos de los años setenta y eligieron los Ozarks, una región inhóspita, aislada y solitaria al sur de Missouri caracterizada por su atraso, en todos los sentidos, con respecto al resto del país y un clima extremo. Aquel lugar se había convertido en esa tierra mítica para todos los norteamericanos hastiados de la maquinaria capitalista. Sue y Paul, ilusionados por aquella desconexión, compraron una gran porción de tierra a un precio muy económico con la idea de terminar viviendo de lo que ellos mismos produjeran. Sue, además, se había formado como periodista y durante años estuvo ganándose un sobresueldo escribiendo artículos sobre su nueva vida para el St. Louis Post- Dispatch, uno de los diarios más importantes del Estado de Missouri. Desde esta colina es una recopilación de esos artículos.
Si por algo destacan estos textos es por su fantástica prosa y su maravilloso sentido del humor. Una ironía ácida y muy elegante con la cual Sue Hubbell se ríe absolutamente de todo. Pero, especialmente, creo que Desde esta colina destaca por su honestidad porque habla de una vida en plena naturaleza totalmente elegida por ellos pero desmitificándola. Porque esa vida le gusta y le hace feliz pero admite que ni es una vida más sencilla ni tampoco sirve para todo el mundo. Trabajar la tierra le resulta muy gratificante pero también frustrante. El desconocimiento agrícola puede echar al traste el trabajo de semanas y un factor totalmente incontrolable como el clima arruina todo el esfuerzo y las previsiones del año. Nos cuenta que fueron buscando más tiempo para sí mismos pero descubrieron que siempre hay algo que hacer en el huerto o el granero cuando no hay una máquina o una verja por arreglar. Que esas tardes de descanso en el porche, tan soñadas mientras vivía en la ciudad, son muy escasas en verano y que las tardes invernales sin mucho que hacer encerrados en la casa son demasiado habituales. Que la visita a una ciudad es todo un acontecimiento emocionante y le maravilla que todo sea tan cómodo y esté tan a mano. En definitiva, una vida donde la anécdota, a veces, es la propia ausencia de anécdotas.
Hay capítulos realmente divertidos como el dedicado a Buck Nelson, la persona que dio nombre a los platillos volantes y que desató el fenómeno de la ufología a nivel nacional cuando saltó a los medios de comunicación de la época contando sus experiencias con seres venidos de otra galaxia. Nelson terminó mudándose durante una larga temporada a los Ozarks convirtiéndolos en un lugar de peregrinación para todos aquellos que deseaban avistar ovnis. Todo hasta que se mudó a otra parte del país y el culto fue declinando progresivamente. O la precariedad total de las infraestructuras de la región donde el aeropuerto local tenía una sala de espera al aire libre con unos bancos de iglesia comprados de saldo. Algo que forma parte de la genética de sus habitantes quienes reutilizan todo hasta límites tan insospechables como reparar piezas rotas de vehículos con otras piezas rotas.
Uno de los puntos más destacables del ensayo son los relacionados con los sentimientos de la autora como mujer feminista y progresista en una región tan tradicionalista y ultraconservadora. La lucha personal, junto a su marido, para hacerse visible y demostrar su talento en un pequeño universo donde todos, hombres y mujeres incluidos, son tremendamente amables y bienintencionados pero no aceptan la idea de que una mujer conduzca un vehículo. Sorprende e indigna leer cómo algunos amigos de la familia se dirigen a Paul cuando quieren hablar a Sue y actúan como si ella no existiera allí. Pero la autora se lo toma con su humor irónico y nos cuenta la deliciosa venganza que le supuso tener que salvar a un grupo de ellos de quedarse abandonados en el bosque y llevarlos al pueblo en coche.
De ahí que resulte tan esperanzador el penúltimo ensayo donde habla largo y tendido sobre la importancia que las mujeres habían empezado a tomar en la vida de los Ozarks. Gracias a la independencia económica que les ofreció la llegada de las fábricas textiles. Factorías donde el trabajo es duro y muy precario pero que sirvió para que muchas mujeres lograran tener un mayor control de sus propias vidas y, en muchos casos, divorciarse de maridos vagos y alcohólicos que dilapidaban los escuetos salarios que tanto esfuerzo las costaba ganar. Sue Hubbell elogia a las primeras líderes sindicales de la región y a las primeras alcaldesas en algunos municipios. Mujeres fuertes, luchadoras y carismáticas que estaban haciendo valerse frente al rechazo de sus vecinos. Pero también apunta a la tristeza que le supone ver a las chicas más jóvenes queriendo huir atraídas por los cantos de sirena de la gran ciudad.
Como apuntaba al comienzo, los ensayos pertenecen a los años setenta y Desde esta colina fue editado por primera vez en 1991. Hubiera sido interesante que Sue Hubbell escribiese para estas nuevas ediciones (o reediciones) algún apéndice, aunque fuese a modo somero, para conocer el estado actual de las cosas en la región. Y saber si el aire de los nuevos tiempos ha entrado en los Ozarks o si, por el contrario, sigue siendo el mismo lugar donde nunca cambia nada. En definitiva, ese refugio idílico para inconformistas.