Ser madre. ¿Qué significa ser madre? ¿Hay una respuesta que lo englobe todo o, como sucede con casi todos los conceptos, hay tantas percepciones como personas pueblan este jodido mundo? Así es como empecé a leer No, mamá, no de Verity Bargate. Su comienzo no es de lo más benevolentes que nos vamos a encontrar y, en este nuevo resurgir del debate sobre lo que significa la maternidad, supone algo distinto de lo que, el que suscribe, ha leído hasta la fecha. Y a lo mejor los que os pasáis por aquí pensaréis: ¿un hombre hablando de maternidad? Lo hago desde la distancia. Es obvio que no sé casi nada sobre el tema. A mi alrededor ninguna mujer ha sido madre, nadie tiene previsión de serlo, así que mis concepciones sobre el asunto es a partir de mis lecturas. Supongo que, con eso, me siento un poco avalado a hablar del tema, aunque sea sólo para opinar sobre esta novela, la primera de la autora, y que convierte la maternidad en algo tan peligroso como obsesivo y que deja a las claras que, por mucho que quiera negarse, no todas las madres quieren a sus hijos por el simple hecho de haberles dado a luz. Pero este no es sólo un libro sobre eso. Creo que me explicaré mejor a medida que avance en esta reseña, pero lo que sí tengo claro es que, a pesar de un elemento con el que no estoy del todo de acuerdo para la trama, estamos ante uno de esos pequeños logros que te dejan el buen sabor de boca suficiente como para recomendarlo sin dudar. Vayamos a ello.
Jodie y David querían tener una niña. Pero lo que ha nacido es un niño y Jodie, al cogerlo en brazos, tiene una ausencia total de sentimientos. Una depresión posparto podría haberse superado normalmente, pero Jodie es instada a empezar una consulta con un psiquiatra. Todo cambiará cuando, por sorpresa, reciba la llamada de una amiga que hace mucho tiempo que no ve y que le hace entender que puede disfrutar de sus hijos de una forma, llamémosla, peculiar.
No sé bien cuál fue la situación personal de Verity Bargate al escribir esta novela. Quizá no sea necesario entenderlo para poder disfrutar de una lectura complemente limpia de referencias. Pero alguien que escribe, en las primeras líneas, lo siguiente tiene todo mi respeto – por lo audaz –, más si cabe si entendemos que la obra fue escrita en 1978: Lo que más me impresionó cuando me dieron a mi segundo hijo y lo cogí en brazos fue la total ausencia de sentimientos. Ni amor. Ni cólera. Nada. Y ahí está, esa palabra. “Nada”. Ahí se condensa todo lo que hará que, varias páginas después, observemos como la psique de la protagonista degenera por ramificaciones que no nos hubiéramos esperado. Quizá, y eso porque tendría que tirar de una memoria que, en estos momentos, se encuentra en un punto muerto, es el empiece más demoledor de los que me he encontrado en libros – bien sean novelas, ensayos, u obras de cualquier otra índole – que hablen sobre la maternidad. Vengo diciendo desde hace tiempo que me siento muy interesado por esta temática, y quizá por la recomendación tan ferviente de @graniterainbow a la que tengo en alto estima, empecé a leerlo para, poco después, devorarlo. Y es que lo cierto es que se hace en No, mamá, no una disección muy buena de la psicología, de una sociedad que busca a toda costa que las madres quieran a sus hijos, que los idolatren, tratando de trastorno mental la ausencia completa de sentimientos hacia ellos. Pero por encima de todo está la crítica a una sociedad que mira hacia su ombligo y no permite ver más allá de lo que está establecido.
Pero, como decía al principio, hay un pequeño detalle que me ha parecido forzado. El desencadenante que hace que la vida de Jodie cambie. Esperaba, en mi cabeza, que este acontecimiento fuera introducido de otra forma. En la novela, Verity Bargate lo describe como una casualidad fortuita, pero parece poco creíble. Entiendo los motivos que llevan a utilizar la llamada de su mejor amiga como detonante, al fin y al cabo es la única que realmente la conoce como ella es, pero hubiera preferido que apareciera descrita de otra forma, no con un corte tan profundo en la narración.
Y a pesar de eso, aunque el desencadenante me haya parecido forzado, la verdad es que la novela me ha encantado. El final es el único posible, el desarrollo de los personajes va haciéndose cada vez más opresivo y Jodie, la protagonista absoluta de esta novela, se convierte en un personaje odiado, amado, incomprendido, odiado de nuevo, y frente al que sufriremos la pena más absoluta. Lo cierto es que se podrían decir muchas cosas del desenlace, pero no está en mí hacer esta reseña desvelando qué es aquello que sucede. Será la persona que lo lea la que llegue a ciertas conclusiones. Lo que yo pensé fue que la desgracia no es algo individual si no que es compartido por todos en pequeñas porciones. La desgracia y la locura. Ambas cogidas de la mano para llevarnos a esa última frase con la que se termina la novela:
Asentí con un movimiento de cabeza.
Y así es como lo terminamos nosotros. Quizá no con un asentimiento de pensar que es una de las mejores novelas que hemos leído nunca, pero desde luego sí una en la que la reflexión es posible y, esperemos, el debate aún mucho mayor.
Acabo de terminar este libro y me ha dejado hecha polvo… Necesitaría saber qué fue de ellos